lunes, 29 de abril de 2013

It's No Good.


Uno con gripa es menos uno. Es respirar duro, es hacer doble esfuerzo. Uno con gripa es andar con la garganta en ruinas, hecha polvo, verse la frente de un color plateado que resalta esa anormalidad, todo eso que no es uno, porque uno con gripa es una máquina que anda despacio o con cuidado sabiendo que puede fallar. Uno con gripa escucha los latidos de su corazón que pide auxilio, perezoso como es, ante la decisión inútil e idiota de no querer parar una vez se ha comenzado. Uno con gripa deja de ver bien porque el sudor se convierte en lágrimas y quema un poquito. Uno con gripa se siente como Alí contra Liston, lavando los ojos de las substancias estas que no dejan ver, para seguir en la pelea. Uno con gripa agradece más las bebidas frías, las noches serenas, la aguepanela caliente. Uno con gripa se siente un poco más solo pero no saca el celular del bolsillo para buscar compañía en el gimnasio porque para eso uno ya está pedaleando sin llegar a ningún lado. Uno con gripa se vuelve un poco sordo, y tiene que clavarse más los audífonos y subirle el volumen para escuchar bien the boom, the bip, the boom bip, y seguir respirando con ese ritmo, así arda por dentro y se vaya uno destrozando un poquito. Uno con gripa toma más agua, consume más pepas para acabar síntomas que disimulan ese mismo mal porque la gripa no se va sino que no se siente. Uno con gripa deja ver más las ojeras, muestra una descomposición que es parecida a cómo uno está por dentro. Uno con gripa es transparente, así esté gordo. Uno con gripa camina lento, casi calculando los pasos, viendo todo pasar en otra velocidad, un lag por allá dentro que nos regala una realidad distorsionada que luego se agradece un poco. Uno con gripa no piensa bien, los mocos se hacen blanditos. Uno con gripa siente más frío por la noche, lo que deriva en una melancolía que llama de alguna manera algún tipo de calor, así sea de un perro. O dos. Uno con gripa escribe mucha mierda.



sábado, 27 de abril de 2013

Two Against One.


Odio mi barriga. Le he empezado a tener un fastidio real. Ya no la ignoro como solía hacerlo. Siempre la tengo presente, aunque no es difícil por su tamaño, pero creo que la odio más que nunca. Representa algún tipo de atraso, un lastre del pasado. O quizás creo que representa mucho de lo que está mal, de lo que tengo mal. Ahora hago mucho más tiempo a diario en el gimnasio, lo que me da sueño y hambre, pero lo pienso dos veces antes de dormir o comer algo. Quiero acabar con ella, pero siempre está ahí. Por lo que parece siempre va a estar ahí.
Lo que comenzó como una forma idiota de buscar liberar algo de serotonina mediante la actividad física, ahora se convirtió en otra cosa. Una nueva manera de encontrar dolor, o buscar cambiar de alguna manera lo que soy. O como luzco. No me parece idiota pensar que hacer ejercicio signifique pensar que estar gordo, o que serlo, es algo que pueda considerarse malo, pero sí puedo creer, luego de un tiempo, que no percibir ningún resultado pueda llegar a ser, cuando menos, humillante.
La realidad es que no me siento bien siendo así. Viéndome así. Me es difícil encontrar los motivos suficientes por los que alguien pueda quererse con sobrepeso, no tanto por la presión social que hay para lucir de una manera, sino saberse lejos de lo que se puede lograr con un poco de trabajo y estableciendo algunos límites. Soy consciente de que el camino largo y duro no siempre es el que lo hace llegar a uno rápido a algún lugar, pero de todas maneras hay que andarlo. La gente que lee no se queja de leer mucho, pero se burlan de los que ejercitan su cuerpo, y todo eso de alguna manera es poner el mismo tema desde ángulos que no son tan distintos, la verdad. El verdadero problema es que cada uno cree que su forma de matar la gallina es la correcta, y se enorgullecen de eso. Es raro que con tantas formas de compartir información e ir conociendo puntos de vista, o el mundo mismo, la gente se empeñe en seguir algunos estereotipos que ya se han definido durante años. A lo mejor eso es más fácil.
Cuando veo a la otra gente que dura dos horas haciendo sus rutinas con pesos excesivos me fijo mucho en sus caras. Se sienten orgullosos al ver sus músculos exigidos responder al castigo que les imponen; es una manera muy rara de vanidad. Anoche me quedé pensando en si las razones para continuar haciendo ejercicio es eso mismo, verse lograr algo. También pensé que muchos de los que van añaden peso a algunas máquinas para sentirse mejor con ellos mismos, así hagan mal los ejercicios y se terminen lastimando. Anoche sucedió eso: un tipo sintió que debía hacer mucho más que otra persona, una que nadie había visto en ese lugar, y por querer superarlo lo único que hizo fue hacerse daño y mostrarse débil.
¿Será, también, que la gente prefiere pensar no en un tipo de resultados en si mismos sino el impacto del cambio en los demás? Me parece algo inútil esa constante competencia para ver quién orina más lejos; es una rivalidad de la que nadie habla y sin embargo se encuentra allí. Todos como animales marcando su territorio.
Si eso es así, es fácil entender por qué hay un fisiculturista ciego que gana al no ver o sentir a la competencia, sino cuando se concentra en lo que hace.
Yo, por lo pronto, tengo la rivalidad esta con la grasa que flota muy cómoda en mi abdomen. De este lado solo hay una guerra que nos involucra a los dos, pero siento que todo apunta a que yo voy a ser el perdedor: no es solamente contra eso que estoy luchando. Y, cómo dijo la doctora ayer, es preocupante que trate de hacerlo solo.
Pero parece que no tengo en nadie más en quién confiar.



viernes, 26 de abril de 2013

Kiss The Dirt.


La pelada que ahora está haciendo pesas lleva una gorra. Se la pone para taparse la cara y no ver a nadie más; no ver espejos, reflejos, gente a su lado, nada. Una capucha para concentrarse, para esconderse mientras suda, algo que molesta siempre y que supongo no quiere que nadie tome en cuenta. Evita de esa manera las miradas y los ojos insistentes de los demás que esculcan en su pecho alguna novedad.
Hoy entraron dos viejas más, unas niñas pequeñas y flacas algo bonitas, y mientras el profe les decía qué hacer los demás asistentes al gimnasio se turnaban para mostrarles cómo hacer las repeticiones correctamente. Ellas sonrieron y esas cosas, y pagaron poniendo atención y admirando bastante cuando ellos levantaban un montón de peso esforzándose y poniéndose rojos, lo que les habrá resultado bastante justo. Secreteaban entre ellas mientras veían los músculos en acción de esos otros muchachos. Al otro lado de la sala un tipo algo torpe trataba de socorrer a otra muchacha que lleva poco allá, morena ella, mientras los amigos suyos se burlaban de él. Ella, en cambio, miraba a los musculosos con atención, de arriba a abajo, porque algunas cosas siempre son así.
Yo compré dos gatorades.



miércoles, 24 de abril de 2013

Take Me Down.


Hace unos seis meses me enfermé de una infección intestinal, o algo así. En dos semanas bajé ocho kilos. Hace dos semanas, justamente, me pesaron y midieron. Hoy lo hice por mi cuenta, sin ver un cambio. No milagroso, sino algo. Cualquier cosa. Me siento satisfecho y cansado cada día, pero al siguiente me siento como una máquina lenta y del siglo pasado. El bienestar no llega en grandes dosis, sino que es una calma que se condensa mientras camino a la casa y se me funde en todo el cuerpo cuando voy a dormir. Ahora no sueño tanto, eso puede ser una ventaja.

Me quedé pensando en lo grave que puede ser una enfermedad para que se note con tanta furia en el cuerpo de uno. Durante dos meses lucí mejor aunque me sentía fatal, y casi no podía comer nada. Cuando descuidé la dieta simplemente recuperé el peso perdido, con cuatro kilos de más. Ni con todo el esfuerzo que hago noto algo que haga una diferencia.
Pero también hay otra variedad de enfermedades. ¿La del corazón es peor que la del estómago? ¿y la de la cabeza? ¿y si le sumamos la espalda? Un montón de cosas que hacen los estragos suficientes con el cuerpo de uno. Es decir, ni la voluntad misma es capaz de igualar ese efecto, devastador o como se quiera llamar.
Puede que no logre mucho, físicamente, y me da algo de miedo eso. La constancia que voy adquiriendo de a poquitos puede irse a la mierda con cualquier cosa, porque lo que hay dentro siempre puede ser mucho más fuerte que uno. O que yo.



martes, 23 de abril de 2013

Break My Body.


Creo que nadie se aguanta el tipo de música que ponen en el gimnasio. He llevado tres pares de audífonos, y solamente me han gustado los que se incrustan en el cráneo por dentro del oído. A veces el mismo celular baja el volumen mientras con un aviso dice que es dañino usarlo a esos niveles.
Un muchacho tiene unos audífonos beats, de esos que ahora se usan no tanto para utilizarlos sino para lucirlos. De un rato para acá se volvió costumbre que ahora uno lleva las cosas para que las demás las vean. El muchacho este a escondidas saca el reproductor mp3 de sus bolsillos para que nadie vea que es uno de esos que uno compra por la calle, una memoria marca Titán. Hablaría más acerca de las apariencias que nos gobiernan, pero estoy cansado por hacer ejercicio para ver si bajo de peso.
Hablando de eso, necesito crecer unos diez centímetros.
A veces me duele la cabeza. Si lo vamos a ubicar diría que es la parte esta del lóbulo occipital, pero a la izquierda. Es un dolor de esos cansados, que se nota un poquito cuando uno ejercita un músculo, digamos, que no está acostumbrado a eso, y el dolor llega después. Cierta fatiga ahí cuando respiro mientras corro, y me hace cerrar los ojos. Ya me ha pasado dos días seguidos.




lunes, 22 de abril de 2013

Pattern Recognition.



Hoy estaba en su primera semana, la de cardio, una pelada que entró el jueves pasado. No miraba a nadie, insegura de quién era, y muchos le prestaban atención porque cuando corría se le meneaban las tetas. También algunas gotas de sudor bajaban y se resbalaban perdiéndose en esa masa que acaparaba la atención en todo el lugar. La otra vez, en transmilenio, había una pareja sentada. Ella lloraba mientras él la consolaba y le miraba el escote. Los demás también lo hicimos. Ella estaba inclinada hacia él y las tetas se le suspendían en el brasier, dejando ver curvaturas y tonos de piel que se supone, pienso yo, son privados. Imagino que las lágrimas, o los motivos que las producían, también. Me di cuenta que no solo asiste al gimnasio una pareja de casados sino un padre e hijo que comparten las máquinas. El padre lo exige mucho. El esposo usa los espejos en todos los pisos para mirar a su esposa, saber quién la mira, qué hace. Hoy, cuando salí, a eso de las nueve de la noche, había un señor preguntando por una mujer que no aparecía en el registro que se lleva a diario de los que vamos a ese lugar. Elizabeth buscó el nombre de ella mientras el tipo le marcaba al celular temblando de la ira, perdiéndose un poco en ella. La nueva se puso un saco más grande que el mío para irse a su casa. Todos la seguían con la mirada, imaginando el tamaño de su culo. Antes de salir le pedí a Elizabeth un Gatorade. Me preguntó que cuál sabor, respondí que no importaba, que solamente quería que estuviera frío. Ella sonrió un poquito y cuando me pasó la botella nos rozamos las manos. Estaba helada.



viernes, 19 de abril de 2013

Useless.


Carolina me preguntó qué hice el fin de semana pasado. Pues ir al gimnasio, no salir a ningún lado. Me volvió a preguntar si no voy a ir a la feria del libro.
Le dije que no.
La última vez no me gustó ir. Aunque conocí a Katerine. Me gastó un café, y hablamos un poco. Tiene unos crespos bien redondos con algunas canas que los resaltan todavía más y la cara salpicada de pecas. Camina rápido, conoce a todo el mundo. Mira intensamente. Es un montón de energía. Todavía me acuerdo. Pero no. El resto de esa vez me jode un poco, no debería pero lo hace.
Y no un poco. Mucho.
Seguramente madrugue a hacer ejercicio de nuevo. Hoy estuve una hora y media haciendo un poco de todo, empañando los vidrios que hay en el tercer piso para no ver nada, para enceguecerme yo también, como lo hacen los demás cuando se concentran. Quién sabe en qué pensaran cuando están en ese estado. Yo respiré lento y de manera constante, cómo me lo dijo Ángela. O no me lo dijo. Pero bueno, de esa manera tengo algunas cosas feas y dañinas a raya, pensamientos que igual se escapan y sirven de una motivación toda rara.
La vez pasada escribí que estar pendiente de la respiración era darse el crédito de saberse vivo, que uno tiene pulmones. Que uno no es eso, pero que hace parte de uno. Cuando intenté respirar la primera vez que recordé sus palabras sentí esa incómoda certeza de tener que lidiar con un montón de cosas que uno encierra. Sentir el corazón. Escuchar la barriga con sus mareas, ver el pecho inflarse, sentir los labios temblar y los ojos encharcarse, todos los sentidos dándose cuenta de los síntomas que hay cuando uno es ese otro, el desorden de las cosas y el sentir la urgencia de repararlas.
No sé hasta dónde los que están ahí conmigo  en el gimnasio son conscientes de ellos mismos.
No sé si leyeron algo últimamente. Creo que desde hace tres años no compro un libro en la feria. De todas maneras, me terminé uno el fin de semana pasado.
No sé si debo ir este año para sentirme mejor por eso.



miércoles, 17 de abril de 2013

Push It Along.


Algunos llevan la misma ropa todos los días. Salvo los tenis. Las manchas en las camisetas se hacen pesadas y evidentes sin que hayan comenzado a sudar. Creo que mantienen la ropa de esa manera para que adquiera alguna intimidad con ellos: el atuendo del entrenamiento que muestra en su suciedad el avance que se va cosechando con cada jornada.

En mi caso llevo la única sudadera que tengo, con un saco que me queda grande y esconde gran parte de lo que quiero dejar atrás. Debajo de él uso una camiseta ajustada como un recordatorio de la meta. La camiseta la cambio todos los días.
Cuando monto en la elíptica siento que se me van todas las fuerzas mientras los demás siguen en su increíble constancia. Siento que me ven como el punto del que partieron alguna vez, y yo me pregunto si puedo llegar a verme en su lugar. Miro el reloj a cada rato para saber cuánto me falta, y a veces me arden las piernas, o siento que no puedo seguir con ese ritmo. Me da por pensar en la fragilidad de mi cuerpo, pero recuerdo entonces los pequeños y tontos abusos a los que lo sometí con cada mal paso, intentos de sobredosis o simplemente esas manifestaciones de cosas que, igual, no hicieron nunca mucho daño. Que a final de cuentas lo hicieron ver como algo poderoso, infranqueable.
Pero ahora miro el reloj, que se niega en avanzar. Soy el único que lo hace. Le pido a mi cuerpo que aguante el esfuerzo. Que tan solo me regale otros diez minutos más.



martes, 16 de abril de 2013

Sweat, baby, sweat.

Uno de los indicadores es el sudor. Tanto en la ropa como en la piel y si uno se puede dar cuenta bien ahí está en el piso, debajo de algunas máquinas. Yo siento que estoy bañado en sudor pero simplemente no veo las gotas gordas cayendo de la piel. A veces creo que lo estoy haciendo mal, o que necesito otro tipo de ejercicio. Pero la paciencia no me alcanza.
Simplemente sigo.
Una de las motivaciones son los espejos que hay en todas las paredes, en todos los pisos. Los espejos de otros lugares siempre reflejan de una manera cruel mi cuerpo, tal vez los de mi casa están dañados, o les caigo un poco bien. Dicen mentiras blancas por la mañana o cuando llego sudando del gimnasio. No me hacen sentir tan miserable. Veo que todos se buscan y se miran intensamente, más a los ojos. Se sostienen la mirada ellos mismos. La curiosidad por el entorno, o por las demás personas, se ve reducida salvo que haya alguien que atraiga mucho la atención. Es decir, que haya una vieja con un culo o unas tetas grandes. Casi no hay mujeres tampoco. Otra de las cosas que siempre miran es alguien con mucha barriga, alguien gordo. Lo observan con benevolencia, casi que dándole crédito. El gordo soy yo, claro.
Lo que yo veo en mi reflejo es simplemente algo que está en frente mío, una cosa que detesto. Detesto sus formas, la manera en que suda, una manera escandalosa pero también tímida, que moja la ropa sin juntar líquido en ningún lado, como si me hubiera maquillado para esa escena.
Miro distante a esa persona. No entiendo qué puedan verse los demás, si encuentran en su mirada a lo que quieren llegar a ser. Yo, por mi parte, pedaleo para alejarme del que veo. No que pueda ser algo remotamente mejor, pero el movimiento sirve para declarar la intención. Simplemente quiero huir, y mi imagen es un punto de partida. Para huir se necesita apenas de una referencia de la que se quiere alejar, sin un destino propiamente.
Creo que lo que los demás notan en la persona que se está matando en la bicicleta es un mensaje opuesto al que yo entiendo: que un gordo en un gimnasio es, seguramente, una señal de optimismo.

lunes, 15 de abril de 2013

Calentamiento.

Creo que fui alguna vez a un gimnasio con mi hermano mayor. Era porque Uriel, el dueño, jugaba en el equipo de él y nos había invitado a hacer algo de ejercicio. Fuimos un fin de semana, de noche. Creo que un sábado.
El gimnasio quedaba pasando la avenida y recuerdo que tenía unos tapetes rojos. No me dejaron hacer muchas cosas porque podía lastimarme, o eso decía mi hermano mayor, para el que siempre seré un hermano menor, una mezcla de hijo ajeno y adolescente eterno. A lo mejor él se estaba acomodando al futuro este que vivimos en estos días, especialmente en este año, que no ha sido nada fácil.
Cuando llegué a la valoración la semana pasada el instructor, al que todos llaman profe, me hizo pasar a una oficina pequeña donde había una báscula, un escritorio y dos sillas. Me tomó medidas en los brazos, las piernas, la cintura, la espalda y el abdomen; dijo en voz alta mi peso, una alerta que yo tengo en cuenta pero que ahora adquiría otro sentido. En un papel con unos dibujos de gente haciendo ejercicio estableció mi rutina. En una pared un afiche mostraba a un tipo con cara de loco levantando unas pesas, gruñendo y frunciendo cada uno de los músculos de su cuerpo, con una leyenda que decía, más o menos, que cada vez que pensara en desistir imaginara a quienes disfrutarían con mi fracaso, y que no les diera ese placer. Me da un poco igual, porque vivo fracasando, y la gente que me quiere ver así vive muy contenta. Por eso o por otras razones. O por todo. Creo que necesito otro mensaje para motivarme, pensar en terceros lo único que ha logrado en mi vida es hacerme daño. Casi tanto como pensar en mí.
Salí del lugar agradeciendo, un poco, que el profe fuera hombre y no mujer, aunque me hubiera gustado tener a una profe. A la profe.
Esa relación la hago siempre con cualquier cosa, y no debería ser así.
El profe me tutea, y todos tutean al profe. Yo solo tuteo a Elizabeth, más exactamente cuando quiero comprar agua. Agrego unas letras, hasta sílabas, a las palabras que siempre uso: me das una botella de agua, y pago y listo, ahí termina mi vida social.

Body By Jake.

Cuando era niño veía a a Jake Steinfeld en un canal haciendo rutinas con palos de escoba. Lucía ancho, grande, comparado con sus acompañantes. Era gracioso, o lo recuerdo de esa manera. Al llegar del colegio hacía alguna de sus rutinas cada tres meses, pensando más en las razones de mi inconstancia que en otra cosa. Creo que alguna vez llegué a hacer ejercicio una semana seguida y luego renuncié a ello.
El lema de Jake era “Don’t quit!”, algo que yo entendía perfectamente y que aun en este momento no soy capaz de cumplir. Hace una semana comencé a ir al gimnasio porque me aburro mucho, con todo, y es una buena manera de estar solo rodeado de gente, como me gusta.
Con mi hermano llamábamos al programa “Body Boyaco” por que nos parecía chistoso pensar que un tipo tan acuerpado viviera allá, en Boyacá. Uno cuando pequeño es más o menos estúpido. Lo bueno es que se le va pasando, lo malo es que no del todo.