miércoles, 24 de abril de 2013

Take Me Down.


Hace unos seis meses me enfermé de una infección intestinal, o algo así. En dos semanas bajé ocho kilos. Hace dos semanas, justamente, me pesaron y midieron. Hoy lo hice por mi cuenta, sin ver un cambio. No milagroso, sino algo. Cualquier cosa. Me siento satisfecho y cansado cada día, pero al siguiente me siento como una máquina lenta y del siglo pasado. El bienestar no llega en grandes dosis, sino que es una calma que se condensa mientras camino a la casa y se me funde en todo el cuerpo cuando voy a dormir. Ahora no sueño tanto, eso puede ser una ventaja.

Me quedé pensando en lo grave que puede ser una enfermedad para que se note con tanta furia en el cuerpo de uno. Durante dos meses lucí mejor aunque me sentía fatal, y casi no podía comer nada. Cuando descuidé la dieta simplemente recuperé el peso perdido, con cuatro kilos de más. Ni con todo el esfuerzo que hago noto algo que haga una diferencia.
Pero también hay otra variedad de enfermedades. ¿La del corazón es peor que la del estómago? ¿y la de la cabeza? ¿y si le sumamos la espalda? Un montón de cosas que hacen los estragos suficientes con el cuerpo de uno. Es decir, ni la voluntad misma es capaz de igualar ese efecto, devastador o como se quiera llamar.
Puede que no logre mucho, físicamente, y me da algo de miedo eso. La constancia que voy adquiriendo de a poquitos puede irse a la mierda con cualquier cosa, porque lo que hay dentro siempre puede ser mucho más fuerte que uno. O que yo.



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