lunes, 22 de abril de 2013

Pattern Recognition.



Hoy estaba en su primera semana, la de cardio, una pelada que entró el jueves pasado. No miraba a nadie, insegura de quién era, y muchos le prestaban atención porque cuando corría se le meneaban las tetas. También algunas gotas de sudor bajaban y se resbalaban perdiéndose en esa masa que acaparaba la atención en todo el lugar. La otra vez, en transmilenio, había una pareja sentada. Ella lloraba mientras él la consolaba y le miraba el escote. Los demás también lo hicimos. Ella estaba inclinada hacia él y las tetas se le suspendían en el brasier, dejando ver curvaturas y tonos de piel que se supone, pienso yo, son privados. Imagino que las lágrimas, o los motivos que las producían, también. Me di cuenta que no solo asiste al gimnasio una pareja de casados sino un padre e hijo que comparten las máquinas. El padre lo exige mucho. El esposo usa los espejos en todos los pisos para mirar a su esposa, saber quién la mira, qué hace. Hoy, cuando salí, a eso de las nueve de la noche, había un señor preguntando por una mujer que no aparecía en el registro que se lleva a diario de los que vamos a ese lugar. Elizabeth buscó el nombre de ella mientras el tipo le marcaba al celular temblando de la ira, perdiéndose un poco en ella. La nueva se puso un saco más grande que el mío para irse a su casa. Todos la seguían con la mirada, imaginando el tamaño de su culo. Antes de salir le pedí a Elizabeth un Gatorade. Me preguntó que cuál sabor, respondí que no importaba, que solamente quería que estuviera frío. Ella sonrió un poquito y cuando me pasó la botella nos rozamos las manos. Estaba helada.



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