martes, 16 de abril de 2013

Sweat, baby, sweat.

Uno de los indicadores es el sudor. Tanto en la ropa como en la piel y si uno se puede dar cuenta bien ahí está en el piso, debajo de algunas máquinas. Yo siento que estoy bañado en sudor pero simplemente no veo las gotas gordas cayendo de la piel. A veces creo que lo estoy haciendo mal, o que necesito otro tipo de ejercicio. Pero la paciencia no me alcanza.
Simplemente sigo.
Una de las motivaciones son los espejos que hay en todas las paredes, en todos los pisos. Los espejos de otros lugares siempre reflejan de una manera cruel mi cuerpo, tal vez los de mi casa están dañados, o les caigo un poco bien. Dicen mentiras blancas por la mañana o cuando llego sudando del gimnasio. No me hacen sentir tan miserable. Veo que todos se buscan y se miran intensamente, más a los ojos. Se sostienen la mirada ellos mismos. La curiosidad por el entorno, o por las demás personas, se ve reducida salvo que haya alguien que atraiga mucho la atención. Es decir, que haya una vieja con un culo o unas tetas grandes. Casi no hay mujeres tampoco. Otra de las cosas que siempre miran es alguien con mucha barriga, alguien gordo. Lo observan con benevolencia, casi que dándole crédito. El gordo soy yo, claro.
Lo que yo veo en mi reflejo es simplemente algo que está en frente mío, una cosa que detesto. Detesto sus formas, la manera en que suda, una manera escandalosa pero también tímida, que moja la ropa sin juntar líquido en ningún lado, como si me hubiera maquillado para esa escena.
Miro distante a esa persona. No entiendo qué puedan verse los demás, si encuentran en su mirada a lo que quieren llegar a ser. Yo, por mi parte, pedaleo para alejarme del que veo. No que pueda ser algo remotamente mejor, pero el movimiento sirve para declarar la intención. Simplemente quiero huir, y mi imagen es un punto de partida. Para huir se necesita apenas de una referencia de la que se quiere alejar, sin un destino propiamente.
Creo que lo que los demás notan en la persona que se está matando en la bicicleta es un mensaje opuesto al que yo entiendo: que un gordo en un gimnasio es, seguramente, una señal de optimismo.

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