lunes, 30 de enero de 2017

You Get Me High.

Debe ser el quinto, o sexto instructor que está por la tarde. Ya lo había visto antes, criticando o ayudando o metiéndose donde no importa, interrumpiendo a la gente. Creo que el único ejercicio que hacía entonces era social: estaba allí para interactuar, y poco más. Ahorita es lo mismo. Recorre el gimnasio, los cuatro pisos, preguntando a cada persona qué hace, deteniéndose especialmente en la rutina de las mujeres. Como siempre, como los demás instructores que conozco. De este, de otros gimnasios. Donde hay una mujer entrenando, están ellos, pendientes. No importa el pobre que está en la banca haciendo press con la barra peligrosamente cargada y gravitando justo por encima del cuello, o el que no tiene idea de cómo se hace una sentadilla: alguien que carga los discos más pesados, se pone la barra a la espalda, y flexiona un poco las rodillas. Igual no importa, con el sudor que llega se aprende a valorar el esfuerzo, y con este el poco reconocimiento que pueden otorgar los demás. Porque aun cuando todos esconden la mirada, están pendientes de lo que los otros hacen.

Hay protocolos que todavía no entiendo. En el improvisado vestier (siempre ha sido improvisado: dos sedes diferentes, del mismo gimnasio, pero todo sigue igual) alguien comentaba sentado el aumento del salario mínimo, claro, tema nacional luego de la noticia de la negociación que se hace siempre a final de año. El tipo decía que no iba a subir nada, que todo subía, menos el sueldo. No le faltaba razón, pero igual yo le subí a los audífonos. Las ganas de no querer existir salvo para la música que escoge el reproductor del celular. El tipo siguió hablando, pero no puse cuidado. Solo ideas que llegaban entrecortadas. Luego, en la zona donde están las máquinas, las pesas, algunos se encontraron, se saludaron, se compartieron el bocadillo, y se ayudaron con el celular, para tomar fotos y subir a facebook y a instagram. La preguntica esta que surgió como un meme, “do you even lift” se podría ampliar: “if no one else cares about it, do you even lift?”

Cuando Hugo puso una foto del gimnasio, de la rutina, en whatsapp, le dije que aprovechara ese tiempo, porque igual es un escape. Un poco de tiempo que puede tener para sí mismo, para concentrarse. Para hacer algo por uno, sin importar la motivación. El resultado es uno. La materia prima es uno. Yo lo tomo como excusa para estar solo. Cuando voy al gimnasio trato de racionar los saludos. Siempre a la recepcionista, que también es la quinta, o sexta, que he visto, pero que ya ni sé cómo se llama. Aunque de unos días para acá ya hay tres personas que me tienden la mano, o saludan a lo lejos. La ventaja de estar separado es que uno levanta la mano, o hace el movimiento ese con la cabeza, asintiendo para reconocer la existencia, o la cordialidad del otro. Sale uno rápido de eso, y sigue alzando pesas. Inmerso en la soledad del ruido metálico de las cosas cuando chocan, de la música electrónica, o el regaeton, del tipo que hace mala cara porque puso mucho peso en la prensa de piernas inclinada, o de las sonrisas mudas de la mujer de turno con el instructor.
Las mujeres no me saludan. Bueno, unas dos señoras. Las señoras también son mujeres.



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