Durante un rato estuve rodeado de mujeres. Dos a mi derecha, dos a mi izquierda. Todos hacíamos lo mismo pero yo sudaba más, yo duré más. Hay cosas que no entiendo: algunas de ellas tenían maquillaje, sombras en los ojos y tinte en los labios. Hay otra cosa que no entiendo: la gente escribe gym y no gim. No voy al gym, voy al gim. Y ni eso, voy y es como si no fuera. Salgo, de alguna manera, diferente, cansado y tal vez satisfecho, no por lo que vea sino por como me siento. Es un dolor bueno, un agotamiento que me da un poco de tranquilidad. Hay otra cosa que no entiendo: cuando la gente hace pesas se mira en el momento en el que el músculo se hincha, y luego al descansar se observan casi que con precisión milimétrica para medir el cambio en la zona que acaban de trabajar. Luego de eso asienten la cabeza, la aprobación de que todo eso dio fruto. Hay dos tipos de personas, los que trabajan el pecho y los que prefieren trabajar los brazos; ser anchos de espalda o tener volumen en el tronco. Cada que acaban de hacer sus rutinas con todo lo demás recuerdo un video que vi hace años y que no recuerdo por qué fue que terminé mirando. ¿Será que hay algún límite en lo que se proponen? ¿Será que no importa lo que pase, quieren verse más grandes? ¿será que quieren lucir de alguna manera en particular?
No sé si es por ser el primer gordo en un mes que va al gimnasio, pero desde la semana pasada hay más gente nueva. Mujeres que están en su semana de cardio tratando de bajar algo de peso, y barrigones que quieren disimular todo aumentando su masa muscular. En medio de todo, cuando estoy allá, sin importar la música o la compañía, o el atrevimiento que veo en algunas mujeres (atrevimiento que crece con el tamaño de los bíceps de los hombres con los que terminan hablando, iniciando algo, cualquier cosa), siento otra cosa. Me concentro más en el odio que siento por casi todo, incluido yo mismo. En lo que he leído, en lo que he visto, en lo que he pensado. Es, casi, como si manteniendo la maquinaria ocupada, pudiera pensar mejor algunas cosas. Lo difícil llega por la noche, a la hora de acostar la gordura y el dolor en todo lo que esfuerzo de a pocos. Ahora sueño muchas menos cosas. No sé si mañana, al verme en el espejo, sienta que he bajado de peso, o que luzco diferente; no hay cómo medir en cierta manera lo que ven los demás de si mismos. No sé, tampoco, si nada de eso va a dejar de ser suficiente y voy a querer algo más.
Ah, se me olvidaba. El sábado vi a un man igualito a Rambo. Creo que es igual de ancho a una nevera. Qué impresión.
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