La otra vez alguien preguntó por qué había tanta gente. Otro le respondió que era porque era viernes. Hoy es viernes, o fue, y se repitió eso. Se ha venido repitiendo. Hay gente que me hace doler el cuerpo de solo verlos. Hay ejercicios que no podría hacer nunca. Me miran con curiosidad, no tanto porque sea un bicho raro sino por otra cosa. Quién sabe qué será.
Hay un tipo que va todos los días y no descansa nada cuando está allá. Es la tercera vez que lo veo decir dos o tres cosas a cualquier mujer que tenga a la vista, y ellas (todas las que hablan con él) sonríen agradecidas. Lo siguen con la mirada, admiran sin descaro lo que hace. Al profe hoy también lo vi ya antes de que cerraran conversando con una pelada. Es morenita y juiciosa, todos andan muy pendientes de que haga las cosas bien. No volví a ver a las flacas del otro día, y la muchacha con la que compartí una máquina fue ayer, pero hoy ya no. Casi no me saludo con nadie, y eso que llevo un mes o más yendo y conviviendo de alguna manera con ellos. Pienso en eso, lo oxidado que soy o estoy para esos asuntos. El profe se demoró mucho hablando con la morena, y el otro tipo sabe qué decir, medir sus palabras para que sean efectivas. Claro que lo respalda su físico. Yo no hablo, me quedo ahí haciendo lo justo. Y no se trata de establecer contacto con el otro sexo (aunque es primordial) sino de encontrar en todos ellos alguna manera de camaradería.
Ayer estaba una narizona que siempre va con el novio, pero fue sola. Creo que es el novio. Al tipo no lo volví a ver. Le parecí curioso a ella. Me miraba a ratos, creo que se quedaba pensando en mi manera de bregar con esas cosas. Es bonita y tiene audífonos grandes. Pero igual eso no es relevante: en un sitio en el que es importante el físico y donde hablan las miradas, estar lleno de palabras no sirve para nada.
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