No sé de dónde los gimnasios por lo general tienen la costumbre esa de hacer el muro de la entrada transparente, es decir, crear una ilusión de división entre dos lugares que no son iguales. Bueno, esto pasa en los bancos, y en otros establecimientos, pero me parece que la fractura que crean entre esas dos realidades, los de afuera y los de adentro, es intencional. Es, por un lado, mostrar a los de adentro, todos con su uniforme para sudar, haciendo piruetas, o corriendo, o levantando cosas pesadas, todo casi que sincronizado con una música que, tampoco sé de donde, sacan que es lo mejor para hacer ejercicio. Y, claro, están los de afuera. No sé qué hay afuera, o qué quieren que veamos. Afuera hay gente que se queda mirando como si los de adentro fueran ficticios, una de esas versiones de las cosas que existen en las pantallas a las que todos tenemos acceso, tal vez por eso el marco de cristal tan convenientemente puesto de esa manera, convirtiendo lo de acá un entretenimiento para los de allá, algo que se refuerza al ver el comportamiento de todos ellos, hablando aunque no se escucha nada, delatando en sus sonrisas burlas en las palabras que intercambian los grupos o, si hay alguien solo, en la manera en que consume el alimento que tan cómodamente lleva en la mano, convirtiendo el acto de comer en una declaración de principios y no en la simplicidad de satisfacer algún antojo. Es decir, la división es un cristal transparente que refleja una realidad que ninguna de las dos partes quiere reconocer, o de la que quiere hacer parte. Esto choca, también, con la necesidad de tener espejos en las paredes de adentro del lugar, en donde se puede ver a toda la gente haciendo lo mismo que uno hace, de mejor o peor manera, y sobre todo si uno está cansado de verse uno mismo. Lo que para algunos no es difícil. A pesar de las múltiples imágenes verificando la existencia de si mismo, hay quien se preocupa más por documentar lo que está haciendo, o cómo, valorando más la aprobación de un tercero que en el simple acto de introspección: perderse en la respiración, o la debilidad de alguna parte del cuerpo, el ardor del músculo que se relaja justo en el descanso entre las series, el sistema nervioso que lucha por regresar a la normalidad luego del esfuerzo, ese hormigueo que se siente en la punta de los dedos luego de apretar continuamente la barra olímpica, o el calor general que se evidencia con las gotas de sudor que surgen siempre de entre el cabello, que pica al llegar a los ojos, que lleva ese toque salado al entrar en contacto con los labios, todas esas cosas que suceden dentro del cuerpo, pero que se tienen en cuenta solamente a la luz de los resultados de todo eso: los músculos más grandes, las venas hinchadas, todo lo que uno mueve y estresa y reconfigura por dentro para resultar midiéndolo con una regla o con piropos por fuera.
El nuevo gimnasio tiene la entrada transparente, pero no ubica a los suscriptores en una alineación casi que de batalla contra el mundo exterior, sino que los enfrenta a una pared al interior del recinto. Los de afuera pueden observar todos los movimientos de los de adentro (nadie los obliga, y lo siguen haciendo), pero los de adentro tienen varias opciones para dirigir la mirada. Al frente está el muro de los vestidores, donde, sin querer, se registra la transformación del transeúnte al suscriptor, o en el sentido contrario. Hay cierta tensión al dirigirse a la salida, tener que enfrentar a la multitud que sigue montada en todos los aparatos, que igual pueden evaluar si alguien merece el descanso, o el retiro, al mundo de afuera, teniendo en cuenta la humedad de la ropa que uno lleva, o el color en las mejillas, o el nivel de brillo que alguien tenga en la mirada, lo que puede obedecer a un factor diferente al cansancio físico, puede ser bien hambre, pensamientos por anticipado de todo eso que va a pasar y que todavía no ha pasado, o simples ganas de morirse, pero no por fatiga. También hay una serie de televisores colgados en la parte superior, todos con algún canal deportivo. Hay más canales por suscripción que deportes para ver. Muestran resúmenes de lo que ha pasado en el día o la semana, o tal vez haciendo un recuento de algún evento histórico. O, también, un programa con varios señores un poquito pasados de peso hablando de algo que hace mucho no practican, o que nunca han practicado. La falta de cubrimiento del deporte “en vivo” se puede resolver bajando la mirada. A la izquierda se encuentra el área de pesas libres, las máquinas de fuerza, y los salones de entrenamiento funcional y spinning, que siempre encuentran la manera de estar llenos. A la derecha está el cristal, al que cuesta mucho prestarle atención más de algunos segundos. No es interesante. Solamente hay gente que pasa o que mira con mucha curiosidad, como si todo esto fuera algo del otro mundo.